La casa de Góngora en Madrid. De Góngora a Pérez Reverte, pasando por Góngora

IMGP0720_500x375La presente “excursión” es un tanto peculiar. Básicamente porque lo que veremos será la puerta de una casa y poco más, pero eso sí, una casa modesta y tapiada, pero con muuuuucha historia.

Nos dirigimos en esta ocasión a Madrid, y a uno de los barrios con más historia de la Capital de España, al barrio de las Letras, también llamado de los literatos. Su nombre proviene de la intensa actividad literaria que se desarrollo en esta zona en los siglos XVI y XVII y que fue donde literatos como Lope de Vega, Quevedo o Góngora vivieron en dicho barrio.

Existen varias rutas que nos muestran que es lo más interesante o lo más importante para ver en ese barrio, frontera con el llamado Paseo del Arte de Madrid.

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La calle que nos interesa es la calle Huertas. Y buscaremos en número 16 de dicha calle. Para ello recomiendo entrar a la misma desde la calle del Prado (es interesante saber que la calle Huertas antiguamente se llamaba Huertas del Prado, por razones que es bastante simple de entender). La subida desde la calle del Prado es una constante amalgama de cúmulos de atención. Podemos mirar las paredes y descubrir estelas con las biografías de los escritores y otras personalidades que en el siglo de oro español vivieron por allí; podemos perdernos contemplando las librerías, los bares o las tiendas de toda índole que existen tras cada esquina; podemos observar sobre nuestras cabezas y vislumbrar casas que aun conservan el porte señorial o podemos buscar en el suelo frases de la literatura universal, encontrando textos clásicos de Larra, Espronceda, Cervantes, Quevedo, Lope de Vega, Echegaray y muchos más. Frases que nos acompañaran en nuestro periplo por esta calle. Señalar que en Berlín, en al final de la Friedbichstrasse, en el llamado barrio turco, también podemos encontrar frases escritas en la suelo y que puedes pisarlas. Desconozco quien copio a quien (Madrid a Berlín o viceversa, aunque lo realmente hermoso es como por primera vez pisar la cultura no es despreciarla).

152 Viaje a Berlín. Frase de Cervantes al final de Friedbichstrasse (en barrio Turco). 16-08-2009 _500x375

Cuando lleguemos al número 16 lo que nos encontraremos es una casa tapiada con ladrillo. Pero ahora contemos un poco de historia de la misma. Para ello debemos ir al llamado Madrid de los Austrias, en los primeros años del siglo XVII. Entre las varias figuras que en la corte destacan como escritores y que pasaran a la historia de la literatura Universal, encontramos a Quevedo y a Góngora, los cuales protagonizaron uno de los mayores enfrentamientos líricos de todos los tiempos. Con una forma diferente de ver la estética literaria, esta rivalidad se convirtió en personal, para lo que utilizaron grandes poemas satíricos como armas arrojadizas. Se puede ver un análisis detallado de este “combate poético” aquí o aquí.

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Tal fue el odio de uno hacia otro que Quevedo llegó a comprar la casa donde Góngora mal vivía arruinado para, por impago, darse el placer de tirarlo de la casa donde habitaba. Tras conseguirlo, Quevedo escribe la sátira que comienza “Alguacil del Parnaso, Gongorilla” y en la que afirma que para perfumar la casa y «desengongorarla» quemó poemas de Garcilaso.

Y págalo Quevedo
porque compró la casa en que vivías,
molde de hacer arpias,
y me ha certificado el pobre cojo
que de tu habitación quedó de modo
la casa y barrio todo,
hediendo a Polifemos estantíos,
coturnos tenebrosos y sombríos,
y con tufo tan vil de Soledades,
que para perfumarla
y desengongorarla
de vapores tan crasos,
quemó como pastillas Garcilasos:
pues era con tu vaho el aposento
sombra del sol y tósigo del viento.

La casa donde ocurrió todo esto y aparece en todas las guías de Madrid como la casa de Quevedo en el barrio de las letras, está situada frente al Convento de las Trinitarias, haciendo esquina con la calle Lope de Vega.

La casa que nos ocupa, en el número 16 de la calle Huertas es la casa que tuvo que alquilar Góngora tras la expulsión de por parte de Quevedo de su propia casa.

Pero la historia de la casa de Huertas 16 no acaba aquí. A principios de noviembre de 2011, un grupo de okupas “toma” la casa de Góngora y crea lo que denominaron “El centro Social Okupa Huertas 16”, que fue desalojado al muy poco tiempo de su ocupación. Este último tramo en la historia de la casa de Góngora fue descrito de forma magistral (y con el tono sarcástico que le caracteriza) por el escritor Arturo Pérez Reverte en la columna “Patente de Corso” que realiza en el Magazine XLSemanal en fecha 28 de noviembre de 2011 bajo el título “Okupando a Gongora”. El texto completo lo copio de la página web del escritor, para su disfrute de todo aquel que lea este post:

Okupando a Gongora de Arturo Pérez Reverte

Varias veces les he hablado en esta página del barrio de las letras de Madrid, donde hace tres siglos se cruzaban cada mañana, camino de comprar el pan, los periódicos o lo que se comprase entonces, Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Góngora y el buen don Miguel de Cervantes, entre otros. Cada cual, como españoles de fina casta que eran, con sus fobias, envidias, desprecios y descalificaciones mutuas a punto de nieve. También comenté en alguna ocasión que si un barrio con semejante pedigrí hubiera estado en Londres o París, todo el lugar sería hoy un inmenso museo al aire libre cuajado de bibliotecas, placas conmemorativas, monumentos y autobuses con turistas. Pero donde está es en Madrid, a ver si me entienden. Capital de España, o de lo que sea este puticlub de carretera. Así que pueden imaginar la diferencia.

Una de esas diferencias ocurrió hace unos días. Y lo más simpático no es la anécdota, sino su desarrollo y posterior tratamiento mediático. Un grupo de okupas se había instalado, mediante el procedimiento tradicional de patada a la puerta y de aquí no me saca ni Kristo bendito, en una casa de la calle Huertas en la que vivió Góngora después de que su enemigo mortal Francisco de Quevedo comprase su anterior vivienda, a fin de darse el gustazo de echarlo a la calle. La casa -ya hemos precisado que hablamos de Madrid- estaba hecha una piltrafa, decrépita y llena de escombros. Así que los okupas se instalaron tan ricamente con su parafernalia habitual, también llamada ajuar perroflauta de toda la vida. Con la seguridad, por otra parte, que a cualquier okupa bien informado le da saber con certeza absoluta que en España, líder mundial en libertades y derechos del hombre y la mujer, si te metes por el morro en una casa ajena, es seguro que entre el hecho, la demanda del propietario, la decisión judicial y la ejecución de la sentencia de desalojo, si llega a producirse, y dependiendo de que el juez sea compañero de carrera o colega de universidad del abogado de una parte o de la otra, pueden transcurrir veinte años. O más.

El caso es que esos inquilinos por la kara estaban instalados en la antaño gongorina y ahora ruinosa morada, gozando de pleno derecho las innumerables facilidades que la Justicia española en general y el Ayuntamiento de Madrid en particular prestan a esta suerte de bonitas iniciativas populares. Pero siempre hay un pelo en la sopa. En ésas, algún propietario desesperado, impaciente, y si rascamos un poco seguro que fascista, racista, machista, violento, homófobo y misógino -etiquetas que en España suelen atribuirse en bloque a cualquiera que no se baje los calzones y ofrezca el ojete sin rechistar- debió decidir que aquella situación la solucionaba él a título personal, por el artículo catorce. Así que cuatro individuos fornidos tiraron la puerta, cogieron a los okupas en brazos y los sacaron a la calle. Acto reprobable, éste, que acogiéndome a la retórica al uso me apresuro a calificar -conste en acta para que no haya dudas sobre mi punto de vista ético- de terrorismo urbano. Incluso de genocidio perroflauta. De mi opinión debieron ser también los desalojados; pues en seguida pidieron apoyo a través de las redes sociales, y al poco se congregaron tres docenas de presuntos representantes del 15-M exigiendo reparación aún más indignados si cabe; pues la policía, que acabó presentándose, no actuó contra los malvados desalojadores ni devolvió las cosas al statu quo ante. Como si no estuviera clarísimo y consagrado por el uso hispano que, entre patada a la puerta de un okupa y patada a la puerta de un propietario, el segundo es quien actúa al margen de la ley, y el primero es la verdadera víctima del asunto. Por favor. A estas alturas.

Por cierto: escalofriante testimonio sobre la demencial pesadilla sufrida por los desalojados -algunos periodistas parecían compartir su asombro y justa indignación- fue el de una joven que afirmó, aún nerviosa del soponcio, que lo había pasado muy mal al verse sacada así a la calle, de sopetón, y que lo que había hecho el propietario de la casa era una infamia social de las que no tenían nombre, ni apellidos. Tras cuyo pertinente telediario, supongo, el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid enviaron con suma urgencia un equipo de psicólogos y psicólogas para aliviarle el trauma. Eso me lleva a sugerir sin reservas que en las próximas okupaciones, tanto si son en las casas ruinosas de Góngora, Quevedo o Cervantes como en la del Payaso Fofó -que también tiene calles en España, y posiblemente en mayor número y con la placa más grande-, la policía abandone esa vergonzosa pasividad que me atrevo a calificar de filonazi y proteja de propietarios y otros energúmenos a quienes debe proteger. Que para eso cobra, la muy perra.

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El actual estado de la casa de Gongora, como se puede ver en la foto,  es deplorable y se haya tapiada a la espera de que alguien descubra que hacer con un trozo de historia de España, aunque seguramente, cuando lo descubra, o será porque se ha hundido (cosa que lloraran todos los gafapastas/culturetas) o porque van a instalar allí un restaurante de comida rápida a base de medusas, que tan de moda quieren que se ponga en los últimos tiempos…

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